Podría hablar de mí propia experiencia, pero considero más oportuno escribir sobre una aventura colectiva, la de Protecturi. La trayectoria de Protecturi, Asociación para la protección del patrimonio cultural, como asociación es una metáfora de lo que supone la protección del patrimonio cultural y de la actividad, tantas veces desconocida, que genera un equipo de profesionales encargados de la protección de personas, bienes y estructuras de un equipamiento cultural.
Protecturi surgió de la voluntad de un grupo de profesionales que, dispersos en el territorio e involucrados en proyectos diferenciados, tenían un objetivo común: crear una red profesional que diese apoyo a sus integrantes. Una red que fuese capaz de generar un espacio de reflexión y prescripción de las necesidades presentes, y los retos futuros, de la protección del ingente patrimonio cultural de nuestro país. Partir de realidades desiguales, de culturas organizativas diferenciadas, de proyectos de dimensiones dispares, no sólo no fue un impedimento, sino que resultó ser un acicate para desarrollar un proyecto colectivo.
Tener un objetivo común, la mencionada red, propició la generación de un espacio profesional capaz de disolver las distancias, de enfocarse en potenciar el conocimiento como nexo, de lograr que las experiencias singulares incrementasen el valor añadido de la experiencia sectorial.
Destacaría 5 factores que creo que han sido sustantivos de nuestra labor, a lo largo de estos 8 años, y que tienen su reflejo en el desarrollo profesional individual.
El primer factor es entender la institución cultural como un sistema integrado por profesionales de diferentes disciplinas. Todos ellos han de desarrollar las vías de complementariedad que harán viable el funcionamiento de la institución con los estándares de nuestro tiempo. Un sistema complejo con dinámicas profesionales diversas que concurren simultáneamente y que, como en una orquesta sinfónica, la labor de cada cual debe estar orientada en interpretar una composición musical.
El segundo factor es la transformación de la formación, no sólo como proceso para acceder a ejercer la profesión, sino como un medio dinámico y permanente para desarrollar una carrera profesional acorde a las necesidades de cada institución.
El mapa de equipamientos e instituciones museísticas es tan diverso y complejo que requiere hacer del desarrollo profesional una fuente de formación activa y la formación permanente un hilo conductor de nuestro sector.
El tercer factor es la necesidad irrenunciable por hacer pedagogía de lo que supone la seguridad, como factor estratégico, para una institución cultural. Uno de los grandes retos que tenemos, como asociación y como profesionales de la seguridad y la protección de museos y espacios expositivos, es hacer patente que el departamento y los profesionales de la seguridad son agentes activos de la conservación de los activos de cada institución.
Para lograrlo, debemos interiorizar que formamos parte de una red multidisciplinar que tiene como objetivo facilitar el cumplimiento de la misión de nuestra organización. Ello pasa por ser capaces de generar una cultura de la seguridad adhoc para la seguridad de la cultura, que vincule a la totalidad de los integrantes del sistema.
Ello supone, al mismo tiempo, desacomplejarnos y empoderarnos como colectivo profesional. En ambos casos es necesaria, como se ha mencionado en el apartado anterior, una formación técnica y específica que capacite a los profesionales para desarrollar su labor de manera adecuada y proporcionada en cada momento y circunstancia.
El cuarto factor es desarrollar la capacidad para analizar las necesidades de nuestra organización integrando parámetros específicos de entornos culturales. Sólo así se podrá desarrollar programas de seguridad con el rigor incuestionable y, al tiempo, con diálogo permanente con el resto de agentes del sistema, que ajusten los parámetros a espacios en los que los requerimientos son múltiples y diversos. Uno de las singularidades de nuestros centros es el público visitante que le da sentido a los activos y las actividades de los mismos. Ejemplo de ello es el Plan de Gestión de la Protección del Patrimonio Cultural que ha elaborado Protecturi y que está consultable en nuestra web.
El quinto factor es para mí el fundamental: el factor humano. En muchos casos, los profesionales de la seguridad de un museo son la imagen de la institución y los profesionales más visibles en los diferentes espacios y ámbitos de la institución. Las aptitudes y las actitudes de cada profesional han de estar en sintonía con esa multiplicidad de realidades y necesidades que se dan a diario en las salas de un museo, en las zonas de servicios y en las áreas restringidas. Para lograrlo, es determinante que el responsable del departamento sea el primero en estimular una mentalidad y una visión de la seguridad donde el compromiso destierre lo rutinario, al tiempo que enriquezca la experiencia profesional y vital.
La próxima vez que algún joven o un profesional me pregunte qué supone ser profesional de la seguridad en un entorno cultural, además de agradecerle la posibilidad de volver a reflexionar sobre ello, recordaré las miradas de tantos jóvenes que me han hecho esa pregunta.